📸 Instantánea #4: Lo que no volvió con el cuerpo
Una lectura crítica de Eliseo Verón desde la semiosis contemporánea
El cuerpo reencontrado1 de Eliseo Verón es un texto seminal y, al mismo tiempo, escurridizo. Parte de una intención potente —rescatar el cuerpo del olvido estructuralista y reinscribirlo en la semiosis— pero su deriva conceptual lo lleva a desplazarse hacia una reflexión abstracta sobre los niveles del sentido, dejando atrás la pregunta que le da origen. La oscilación entre el cuerpo como productor de sentido y el cuerpo como materia significante moldeada por dispositivos discursivos permanece sin resolución, y el texto concluye sin volver a esa tensión inicial. Lejos de invalidar su valor, esta inconclusión vuelve aún más urgente revisitarlo críticamente: para no arrastrar sin conciencia las promesas no cumplidas del pensamiento que nos formó, y para seguir reabriendo, desde el presente, la pregunta por los modos en que el cuerpo hace —y deshace— sentido.
Introducción
Eliseo Verón es una figura clave en el desarrollo de la semiótica latinoamericana, no sólo por su rol pionero en la introducción de los estudios del discurso en Argentina, sino también por su capacidad de articular teorías estructuralistas y postestructuralistas en diálogo con las transformaciones tecnológicas y sociales del siglo XX. Entre sus textos más citados, El cuerpo reencontrado (1986) ocupa un lugar peculiar: no es el más sistemático ni el más didáctico, pero sí uno de los más ambiciosos. En él, Verón intenta abrir una vía hacia una teoría semiótica del cuerpo que permita pensar su inscripción en la producción de sentido sin reducirlo ni a una pura materialidad ni a una mera instancia de mediación simbólica.
El gesto es potente y disruptivo: introducir el cuerpo en el corazón mismo de la semiosis. Sin embargo, esa potencia inicial no se sostiene de forma consistente a lo largo del texto. Lejos de clausurarse en un modelo claro, El cuerpo reencontrado deriva hacia una densificación conceptual que lo aleja de su promesa inicial. El cuerpo, anunciado como eje, se diluye en una reflexión sobre los niveles del sentido, los dispositivos tecnológicos y el sujeto significante. No se trata de un fracaso, sino de un desplazamiento: lo que empieza como una intervención sobre el estatuto del cuerpo termina como un replanteo epistemológico del discurso. El problema no es ese giro en sí, sino la ausencia de un retorno que permita integrar ambas dimensiones.
Esta lectura no busca desestimar el aporte de Verón, sino todo lo contrario: al considerar este texto un hito fundacional, se vuelve necesario releerlo con atención crítica para identificar las tensiones que arrastra. Solo así es posible actualizar su legado sin repetirlo como dogma. El objetivo es, entonces, desarmar las inconsistencias conceptuales que estructuran el texto, no para invalidarlo, sino para pensar desde allí lo que aún queda pendiente en una teoría del cuerpo significante: su estatuto, sus lógicas, sus límites y sus potencias en la producción de sentido.
La promesa del cuerpo: apertura conceptual
Desde el título, El cuerpo reencontrado propone una relectura fundacional del lugar del cuerpo en el pensamiento semiótico. El uso del verbo “reencontrar” sugiere un retorno a algo que fue extraviado, omitido o reprimido: el cuerpo como dimensión constitutiva del sentido. No se trata, en este planteo inicial, de pensar el cuerpo como objeto representado ni como soporte físico de la enunciación, sino como algo más radical: el cuerpo como operador significante, como instancia estructural de la semiosis. Es decir, el cuerpo no como lo que significa, sino como aquello que hace posible la producción de sentido.
En este gesto de reintroducción, Verón se posiciona críticamente frente a dos tradiciones dominantes: por un lado, la semiótica estructuralista de base saussureana, que limita la semiosis al binarismo signo/objeto y expulsa al cuerpo al terreno de lo natural o lo pre-simbólico; por el otro, las ciencias sociales que lo abordan como dato empírico o superficie sobre la que se inscriben significaciones externas. Frente a estas reducciones, el texto propone una conceptualización del cuerpo como materia significante en sí misma, centrada en su capacidad de articular relaciones metonímicas, de configurar trayectos y deslizamientos de sentido a través del contacto, la mirada, el ritmo, la pulsión.
Este es, sin duda, el gesto más fértil del texto: desplazar la atención desde el cuerpo como imagen o representación hacia el cuerpo como tejido operativo. Verón recurre a categorías como la “capa metonímica” y al pensamiento de Peirce y Bateson para desarrollar esta idea, donde el cuerpo aparece como el lugar de producción de relaciones contiguas, pulsionales, no lineales, no lingüísticas, que sin embargo forman parte de la semiosis social. En ese sentido, el texto no solo “reencuentra” el cuerpo, sino que lo convierte en núcleo generativo de una dimensión del sentido que escapa al símbolo y al ícono, un tercer orden que hasta entonces permanecía relativamente inexplorado.
Sin embargo, esta apertura conceptual —potente y fundante— queda, en última instancia, suspendida. La formulación del cuerpo como operador nunca termina de consolidarse en un modelo analítico ni se articula con ejemplos que ilustren sus consecuencias concretas. La red conceptual que se activa en el intento por pensar el cuerpo (metonimia, complementariedad, multidimensionalidad, represión, imagen, mirada, fantasma) se ramifica sin retorno. La promesa de una semiología del cuerpo como campo específico de investigación queda desplazada por una discusión más general sobre los niveles del sentido, el sujeto significante y las condiciones tecnológicas del discurso.
Así, El cuerpo reencontrado abre un campo sin explorarlo del todo. Su valor reside en haber puesto en palabras esa necesidad teórica, en haber insinuado una semiosis corpórea sin agotarla. Pero esa misma apertura no se traduce en una herramienta operativa ni en una metodología analítica. La pregunta que queda entonces es: ¿qué hacemos hoy con esa promesa?
La oscilación teórica entre cuerpo productor y cuerpo producido
Uno de los principales vectores de ambigüedad en El cuerpo reencontrado se manifiesta en la forma en que Verón construye el estatuto del cuerpo en la semiosis: ¿es el cuerpo un productor de sentido, o es más bien un producto de dispositivos discursivos y sociales? Esta tensión recorre el texto de manera persistente y nunca se resuelve del todo. En algunos pasajes, el cuerpo aparece como el tejido operativo original de la semiosis social, una matriz pulsional desde donde emergen trayectos metonímicos y relaciones de complementariedad. En otros momentos, es el resultado de un proceso de represión, normativización y tecnologización que lo convierte en soporte, interfaz o residuo de operaciones simbólicas ajenas.
En la primera mitad del texto, el cuerpo se afirma como operador infra-simbólico: es desde sus movimientos, sus contigüidades, su red de lazos intercorporales que se genera sentido, incluso antes del lenguaje. Esta concepción se apoya en las ideas de Bateson y en la noción de “capa metonímica de producción de sentido”. Allí, el cuerpo no sólo está en el origen del sentido, sino que sostiene —aunque transformada— su persistencia a lo largo de los distintos niveles (icónico, simbólico). Sin embargo, en la segunda mitad del texto, el cuerpo comienza a ser descrito como materia a ser linealizada, regulada, codificada, es decir, moldeado por fuerzas externas como el lenguaje, la represión, la mirada, la imagen, el fantasma.
Esta ambivalencia recuerda —aunque sin ser del todo compatible— las tensiones presentes en otras teorías del cuerpo. En Lacan, por ejemplo, el cuerpo propio se constituye como efecto del estadio del espejo: es imagen, sí, pero también desgarro, alienación estructural. El “yo” que nace en el espejo es desde el comienzo el resultado de una ficción óptica. En Foucault, el cuerpo no es nunca origen, sino efecto de poder, superficie de inscripción de normas, saberes, disciplinas. Y en Judith Butler, el cuerpo es lo que se materializa performativamente a través de la reiteración regulada de normas de género. En estos tres casos, el cuerpo está siempre en disputa, pero su agencia no es plena ni originaria: está atravesado por estructuras, reglas, prohibiciones, fantasmas.
En cambio, Verón parece sostener ambas posiciones al mismo tiempo, sin jerarquizarlas ni articularlas en una dialéctica clara. El cuerpo es a la vez lo que produce el sentido (a través del contacto, el ritmo, la pulsión) y lo que lo sufre (a través de la represión, la mirada, la normativización). Este doble estatuto, lejos de ser tematizado como un problema teórico, es subsumido bajo una prosa densa y especulativa que naturaliza la coexistencia de perspectivas incompatibles. La falta de distinción entre niveles (ontológico, epistemológico, discursivo) impide aclarar si el cuerpo es anterior a la semiosis, si es un efecto de ella, o si se trata de una estructura retroactiva producida por la misma teoría que intenta describirlo.
¿Es posible sostener esta ambigüedad como productiva? Podría argumentarse que sí, si se la tematizara como parte de una teoría crítica del cuerpo, que asume la paradoja de una materialidad significante a la vez activa y pasiva, estructurante y estructurada. Pero Verón no elige ese camino. En lugar de tensionar esos polos, parece fluctuar entre ellos sin resolver la contradicción. El resultado es una teoría que abre zonas fecundas pero las vuelve inestables, y cuya potencia se ve limitada por la falta de delimitación conceptual.
La oscilación no es un problema menor: afecta el tipo de operaciones que la teoría puede permitir. Si no se distingue cuándo el cuerpo actúa y cuándo es actuado, la posibilidad de pensar su agencia en condiciones históricas concretas —por ejemplo, en contextos de control biopolítico, de tecnovigilancia, o de performance subversiva— queda clausurada. En lugar de trazar una cartografía de lo que el cuerpo puede hacer en distintos regímenes de sentido, el texto se limita a instalar su enigma. Un enigma, claro, profundamente sugerente. Pero también uno que pide, desde el presente, ser desarmado y repensado.
La desaparición del cuerpo en el cierre del texto
Una de las experiencias más llamativas al leer El cuerpo reencontrado es advertir que, en el momento en que el texto debería consolidar su hipótesis o volver sobre su planteo inicial —es decir, al cierre—, el cuerpo desaparece casi por completo. El texto deriva progresivamente hacia un plano abstracto donde predominan las reflexiones epistemológicas, las críticas a la teoría lingüística y la mediatización de los discursos. El cuerpo, que había sido posicionado como núcleo originario y matriz significante, queda eclipsado por una discusión sobre el sujeto significante, las tecnologías del lenguaje y la transformación de los dispositivos de producción discursiva.
Este desplazamiento es especialmente evidente en los últimos tramos del ensayo, donde Verón concentra sus esfuerzos en mostrar cómo la semiosis se organiza en tres niveles de funcionamiento (metonímico, icónico, simbólico) y cómo esa estructura se reconfigura en contextos tecnológicos mediatizados. El énfasis recae entonces en el desajuste entre producción y reconocimiento, en la emergencia de un sujeto receptor separado del aparato productor del sentido, y en el carácter inadecuado de la teoría lingüística tradicional para abordar los discursos sociales contemporáneos. Estas ideas, fundamentales en su obra teórica general, son sin duda relevantes. Pero en el contexto de El cuerpo reencontrado, operan como una fuga respecto de la tesis inicial.
No hay, en las últimas páginas, un regreso que permita cerrar el circuito argumentativo desde el cuerpo. No se responde a las preguntas que el texto había abierto: ¿cómo se inscribe finalmente el cuerpo en la semiosis? ¿Qué implica una teoría del cuerpo significante para la lectura de discursos contemporáneos? ¿Cómo se vincula esa dimensión metonímica con las tecnologías que organizan la percepción, la atención o la afección? Al no retomar estas cuestiones, el texto deja al lector en un estado de suspensión teórica: la promesa del título queda inconclusa, y el cuerpo “reencontrado” se pierde una vez más en la red discursiva.
Esta fuga no debe leerse como un mero descuido retórico o un desvío estilístico. Propongo, en cambio, entenderla como el síntoma de un impasse más amplio en la semiótica estructural y post-estructural de la época. A mediados de los años 80, buena parte del pensamiento semiótico estaba tensionado entre dos movimientos: por un lado, la necesidad de ampliar su objeto hacia discursos no verbales, tecnológicos o corporales; por otro, la dificultad para abandonar las herramientas analíticas heredadas del estructuralismo, aún demasiado centradas en el lenguaje. Verón intenta, con valentía, articular esos dos movimientos. Pero el resultado es una arquitectura conceptual inestable, donde la ampliación del campo semiótico (el cuerpo, la mirada, el contacto) no termina de encontrar un sistema analítico coherente que la sostenga.
Releer este cierre desde el presente permite comprenderlo no como un error, sino como una marca histórica: El cuerpo reencontrado testimonia el momento exacto en que la semiótica intenta salir del lenguaje pero aún no encuentra del todo con qué reemplazarlo. Su fuga hacia lo epistemológico es también un modo de señalar los límites del marco teórico disponible. Y es en esa fuga, paradójicamente, donde se vuelve más necesario regresar: volver a ese cuerpo que se escapa para preguntarnos hoy cómo pensar una semiótica que no lo pierda otra vez.
Lo que queda por hacer
A pesar de sus ambigüedades y desplazamientos, El cuerpo reencontrado deja abiertos algunos caminos conceptuales que merecen ser recuperados. En particular, tres aportes resultan especialmente fértiles para una teoría contemporánea del cuerpo en la semiosis: la noción de capa metonímica de producción de sentido, la concepción de la mirada como bisagra entre el orden icónico y el orden del contacto, y la idea de un tejido intercorporal que antecede y estructura la emergencia del lenguaje. Estas ideas anticipan discusiones que hoy se retoman en campos como la semiótica de la performance, los estudios del gesto, la fenomenología de la percepción y la teoría afectiva.
Leídas desde el presente, estas nociones podrían integrarse en una semiótica corpórea situada: un enfoque que piense el cuerpo no sólo como operador abstracto de sentido, sino como entidad situada, afectiva, histórica, inscrita en tramas de poder, deseo y diferencia. Para eso, es necesario abandonar la idea de un cuerpo significante homogéneo o universal y comenzar a explorar cómo y dónde los cuerpos producen sentido en contextos específicos.
Entre las líneas que pueden prolongar críticamente la propuesta de Verón, vale la pena destacar:
Las semióticas del cuerpo en contextos de performance, disidencia o discapacidad, que permiten analizar cómo los cuerpos desajustados a la norma (cuerpos queer, racializados, crónicamente enfermos o discapacitados) operan como focos de resistencia y reconfiguración de sentido. Aquí, el cuerpo no es solo anterior al lenguaje, sino que interrumpe sus gramáticas, torciendo las lógicas dominantes del reconocimiento y la representación.
La articulación con teorías de la afectividad y del gesto, que permiten pensar al cuerpo como espacio de intensidades más que de formas, como campo de fuerzas más que de signos. El gesto —entendido no como código, sino como acontecimiento— desborda los marcos lingüísticos y permite reinscribir el sentido en lo imprevisible de lo sensible. Esto reactualiza la idea veroniana del “tejido intercorporal”, pero desde una fenomenología situada y politizada.
La intersección con los estudios posthumanistas y tecnocorpóreos, donde el cuerpo es entendido como ensamblaje: fragmentado, extendido, tecnológicamente modulado. En estos marcos, el cuerpo no es ni natural ni dado, sino siempre ya una interfaz, un nodo enredado en redes técnicas, digitales y afectivas. Revisitar a Verón desde aquí implica preguntarse: ¿qué tipo de “capa metonímica” opera hoy en un entorno donde la mirada ya no es (sólo) óptica, sino capturada por cámaras, algoritmos y sistemas de reconocimiento facial?
Estas líneas, lejos de cerrar el problema, lo reabren con nuevas herramientas. La propuesta no es abandonar El cuerpo reencontrado, sino volver a él sabiendo lo que no volvió con el cuerpo: su contexto, sus fisuras, sus desplazamientos. Releerlo es también reescribirlo, tensionar sus zonas ciegas, y permitir que su promesa inicial —la de una semiosis encarnada— pueda encontrar nuevos modos de hacerse cuerpo otra vez.
Eliseo Verón, “El cuerpo reencontrado”, en Semiosis social: Fragmentos de una teoría de la discursividad, Barcelona, Gedisa, s.f., capítulo 2, parte 7.