📷 Captura Semanal #6
Entre chipás reveladores, obras que me eligen y encuentros que dejan huella
¡Hola de nuevo! No sé cómo andan ustedes, pero este clima frío me tiene sorpresivamente de excelente humor. ¿Será que caí en la pavada de los teams invierno/verano sin darme cuenta? Capaz que es solo que vengo con una muy buena racha de estudio—de esas épocas en las que sentís que todo encaja, incluso aunque estés durmiendo poco y pensando mucho. Así que sí, me encuentro cansada pero feliz (que es la mejor manera de estar cansada, ¿no?).
Esta entrega me agarró medio desprevenida—y les adelanto que no cuenta con la aprobación oficial de Pandoro, mi gato. Cualquier reclamo o asunto legal por la calidad de este newsletter deberá ser dirigido exclusivamente hacia él, así que les recomiendo paciencia porque suele tardar bastante en contestar.
Ahora sí, prepárense porque tengo bastante para contarles. Este newsletter viene cargadito de historias y encuentros maravillosos: desde Corrientes hasta Buenos Aires, pasando por anécdotas que me hicieron sonreír (y suspirar). ¡Ahí vamos!
Una experiencia que me enamoró
Les cuento que volví de Corrientes absolutamente enamorada. No exagero: lo mío con esa ciudad fue amor a primera vista, primera charla y primer bocado de chipá. Y ojo, porque esto último es importante: nunca antes me había gustado el chipá. ¿Será que lo había probado mal hecho? ¿Será que los porteños definitivamente no entendimos nunca cómo prepararlo bien? Sospecho que ambas cosas son ciertas (y perdón a mis amigos porteños, pero es lo que hay).
Allá, en cambio, la gente sabe exactamente lo que hace: buenos anfitriones, mejores cocineros, y una calidez que te abraza apenas pisás la ciudad. No paré un minuto; estuve recorriendo, descubriendo rincones, galerías y conociendo artistas increíbles llegados desde todas partes del país. Pero lo mejor fue sin dudas cruzarme con personas hermosas en cada esquina—de esas que te hacen sentir parte de algo, incluso estando lejos de casa.
Me traje amigas nuevas (¡dos en particular que me llenan de alegría!) y una sonrisa que todavía me dura. Corrientes me dejó llena de inspiración y agradecimiento. ¿Ustedes también tuvieron alguna vez un viaje así, que los sacudiera un poquito por dentro?
Mis flechazos
De todo lo que descubrí en Corrientes (que fue bastante), hubo algo que me dejó particularmente fascinada. Es de esas veces en que una obra te atrapa de inmediato, como un amor inesperado que no podés explicar pero que sabés perfectamente por qué sucede. Así me pasó con la obra Pez Gaucho del artista Santiago Repetto.
¿Vieron cuando algo les parece delirante en el mejor sentido posible? Bueno, una colega me preguntó por qué había elegido llevarme justamente esta pieza a casa, y sin pensarlo demasiado le respondí:
Me pareció delirante. Porque tiene algo de juguete y algo de criatura marina. Me atrajeron sus colores, que parecen salidos de una caja de acuarelas y crayones medio revuelta, y los dibujos que lo cubren como si fuera un cuaderno intervenido. Me gustó que no se toma demasiado en serio: parece un pez globo, pero también un tótem cómico, una figura que podría estar en una historieta gaucha psicodélica o en una repisa de tesoros sentimentales. La forma, que se ensancha como si estuviera inflada, me dio ternura y presencia al mismo tiempo. Me gusta mirar piezas que tienen gesto, hechas a mano no solo técnicamente, sino también emocionalmente.
Pero lo lindo no terminó ahí. Recorriendo ArteCo, en los espacios de la Galería Colón, otra pintura me llamó poderosamente la atención, y cuando me acerqué a mirar la ficha… ¡era también de Santiago! No sé si son cosas del destino o si simplemente encontré a un artista que resuena mucho conmigo, pero lo que sí sé es que su trabajo es increíble y me encantaría que también lo conozcan.
Y hablando de linduras, no puedo dejar de mencionar a los chicos de Galería Primor, quienes representan a Santiago y tuvieron la gentileza (y buena onda infinita) de traerme el jarrón hasta Buenos Aires a su regreso. ¿Ven lo que les digo sobre la gente maravillosa?
Gallery Buenos Aires
De vuelta en Buenos Aires, el ritmo no aflojó para nada. Este viernes pasado, la ciudad explotó de arte gracias a Gallery, que movió a todo el circuito artístico porteño de una manera increíble (posta, hacía tiempo no veía tanta gente tan conectada alrededor del arte contemporáneo). Y entre recorridos, visitas y reencuentros, aproveché para pasar por la muestra Una Casa. La Casa, en la Casa Nacional del Bicentenario.
La muestra gira alrededor del trabajo y la colección de Joaquín Rodríguez y Abel Guaglianone. Ellos no son coleccionistas sino conexionistas1, buscan activamente crear redes entre artistas, espectadores y el arte contemporáneo en general. Abel lo describió con una imagen hermosa: esas ondas circulares que se forman cuando uno tira una piedra al agua, ondas que afectan y unen mucho más allá de lo que imaginamos.
Lo mejor de esta muestra fue ver justamente eso: cómo lograron reunir a muchísimos artistas que antes ni siquiera se conocían y que ahora forman parte de una comunidad más amplia, inquieta y genuina. Me fui de ahí con esa sensación linda de haber visto no solo una exposición, sino también una reunión de amigos (de esas que uno quiere volver a visitar muchas veces).
Me quedó dando vueltas la importancia de crear conexiones auténticas, ¿no? ¿Qué pasaría si todos tiráramos alguna piedra (metafórica, claro está) y generáramos esas ondas circulares en nuestros propios entornos?
Un día especial
Hay días que, sin buscarlos, se convierten en algo verdaderamente mágico. Y a mí me pasó exactamente eso cuando recibí, al mismo tiempo, dos piezas que ahora forman parte de esta pequeña (pero muy querida) colección que estoy empezando a construir: el jarrón Pez Gaucho de Santiago Repetto —del que ya les hablé, todavía encantada— y una obra que me trajo una amiga muy especial.
Se trata de Anastasia, una artista con una sensibilidad que admiro muchísimo y con quien me junté a desayunar entre tanto movimiento de la semana. Ella me trajo una pieza muy especial: un print serigráfico de una de sus obras más recientes. Apenas lo vi, supe que iba a ser de esas piezas que una no se cansa de mirar.
No sé si a ustedes les pasa, pero empezar una colección tiene algo de ritual y algo de juego al mismo tiempo. Es una emoción difícil de explicar, como si cada nueva obra fuera una pieza más que encaja en una historia propia que todavía no está del todo escrita. Se trata de mirar y de descubrir, pero también de reconocerse en esas elecciones.
Y en este caso, la elección me eligió a mí. Porque la obra de Anastasia no solo me emocionó visualmente: también nos regaló una de esas charlas que se quedan rebotando en la cabeza (y en el corazón) por días.
“One, two, three, four, five – ready or not, here I come!”
Y sí, el título ya es una pista del espíritu que la atraviesa: juego, búsqueda, una energía traviesa que no le resta ni un gramo de profundidad. La imagen central es una huella digital, y en nuestra charla (mientras desmenuzábamos capas de sentido como quien pela una cebolla existencial), me contó que cuando vino a Argentina quedó fascinada con el sistema de identificación por huellas digitales creado por Juan Vucetich. Me pareció hermoso cómo ese dato —tan técnico, tan histórico— se filtró en su obra como por ósmosis poética.
Pensándolo bien, tiene todo el sentido del mundo que esta serie haya sido realizada en serigrafía. La huella como símbolo único y repetido, como identidad y como código. Y que haya solo cinco copias, además, mantiene viva la mística del juego: solo hay cinco jugadores posibles, y el resto tiene que esperar al próximo round.
Yo tengo la mía. Y ya estoy esperando el momento en que Anastasia se anime a compartir más de su mundo. Porque lo que hace tiene algo puro, algo de verdad desarmada. Y eso, en tiempos de poses, no es poco.
¿No les pasa que a veces una obra parece estar buscándolos a ustedes, más que al revés?
Después de ponernos al día entre obra y obra, hicimos algo que veníamos postergando hace rato: por fin fuimos juntas a la librería Tolstoyevski. Ya desde el nombre promete —y cumple— con ese aire de mezcla imposible entre literatura rusa, rarezas editoriales y hallazgos inesperados. Me traje un par de libros geniales (todavía con el olor a tinta fresca y a descubrimiento), así que es muy probable que alguno termine colándose en una próxima entrega. Porque sí, los libros también son parte de mi mapa artístico y afectivo.
Adieu! Bye bye! Auf wiedersehen!
Y así, entre chipás reveladores, obras que me eligen, galerías de otro mundo y reencuentros inspiradores, se fue otra semana movidísima. Todavía no logré descansar como me gustaría —vengo de unas semanas intensas de estudio—, pero sé que en algún momento cercano voy a poder frenar un poco. Mientras tanto, sigo en modo ronda de arte y aventuras.
Como siempre, tengo un par de invitaciones hermosas para compartir en breve: a galerías, a talleres, a espacios que me dan ganas de explorar y que espero que también los entusiasmen a ustedes. Atentos a los próximos correos porque se viene info linda.
Ah, y adivinen quién no pudo resistirse y se compró libros en su librería de cabecera… Exacto. Pero eso merece su propia entrega (con foto y todo), así que lo dejamos en suspenso.
Gracias por leer hasta acá, por acompañarme en estas derivas, por hacer de este newsletter un fueguito que me dan ganas de seguir alimentando. Me encanta saber que hay alguien del otro lado de la pantalla, leyendo esto quizás con una manta encima y una taza caliente cerca.
Nos leemos en la próxima. Y si me cruzan en alguna muestra, digan hola. Me encanta conocer a quienes también disfrutan de caminar entre obras con la mirada curiosa y el corazón abierto.
Hasta muy pronto.
Julieta
Término cariñoso introducido por Joaquín Rodríguez y Abel Guaglianone, que más que coleccionar obras, crean redes y conexiones artísticas, generando esas ondas expansivas como cuando tirás una piedra en el agua.